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Desde la teología, las Escrituras nos invitan a comprender que cuidar
del planeta no es solo un deber ecológico, sino un acto de fe y
obediencia al mandato de dios, por lo tanto, el mensaje profético no
anuncia la destrucción definitiva, sino la esperanza de una restauración
universal.
En diferentes partes de la Biblia, los cambios en la naturaleza se
presentan como más que simples fenómenos físicos; son señales que nos
llaman a reflexionar y a corregir nuestro camino. Algunos ejemplos son:
Génesis 2:15, Dios encomienda al ser humano cuidar el jardín del
Edén, “para que lo cultivara y lo cuidara”. Ese mandato no habla
de dominar ni de explotar, sino de proteger y conservar lo que
significa que cuidar del planeta es una responsabilidad compartida y
una muestra de respeto hacia la creación.
Isaías 24:4–6, expresa “La Tierra está en duelo y se seca, el
mundo está agotado y decae, el cielo y la Tierra se debilitan; La
Tierra ha sido profanada por los pies de los habitantes, que
pasaron por alto las leyes, violaron los mandamientos y no
cumplieron con el contrato eterno por eso, la maldición ha devorado
la tierra por culpa de sus habitantes; por eso, se han ido muriendo
y solo quedan unos pocos.”
Este pasaje puede entenderse como una advertencia sobre cómo
nuestras acciones afectan directamente al planeta y que los desastres
naturales no son simples accidentes ni castigos de Dios, sino señales de
que algo está fuera de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza.
Cuando olvidamos nuestro deber de cuidar la Tierra y actuamos sin
responsabilidad, ese desorden se refleja en el medio ambiente, que
responde a nuestras propias acciones.

